EL PINTOR Y SU LEGADO

Las damas del Palacio jamás se refieren a él en sus breves conversaciones. Cada una agrega a su humeante Té una cucharita de un líquido oscuro, que otorga a la infusión un sabor diferente. Eso lo aprendieron de Roque. Roque fué el pintor de la corte, por la simple razón que se presentó un día de lluvias colosales con sus vestiduras tan perfectas, sin tan solo una gota de agua que las hubiera rozado, que el Mayordomo creyó ver ante sí un espejismo celestial.
 Conducido ante el Príncipe, el recién llegado se deshizo en una serie de reverencias y pasos casi militares, casi de danza exótica, y a continuación sacó de entre sus ropas unos pequeños papeles y un lápiz, y en lo que dura una cerilla encendida realizó unos trazos, y - oh! Sorpresa - allí estaba la mismísima figura del Príncipe. Hay que decir que el tal Príncipe tan solo había sido educado en la artes marciales y si bien leía, a la cuarta línea de la escritura se quedaba profundamente dormido.

 Había tenido el buen tino de casar con una joven hija de un famoso erudito, y de ahí que hiciera leer a su consorte cuanto documento ofrecía aspectos de importancia. De ahí que la realidad sobre la marcha del reino yacía en el poder , los ojos y las manitas de la mujer del Príncipe. A partir de la llegada del inesperado pintor, cuyo nombre debió ser Ro-ko se fueron produciendo notorios cambios . Ro-ko dibujó para las cortesanas los vestidos que estaban de moda en la lejana Europa.

 Al principio cosechó risitas y breves aplausos, pero a partir del momento que la esposa real aceptó uno de aquellos raros vestidos, toda la corte quiso tener aquella leve sucesión de tules bordados y gasas sobre faldones abultados, que destacaban la brevedad de los talles. Por arte de una nueva magia, Ro-ko hizo aparecer unos simpáticos sastrecillos , que con sus centímetros colgados como estola, les medía en secreto las femeninas formas. Un feliz acontecimiento. La fama de Ro-ko y sus amigos se extendía. Tras vestir a las damas, se dieron todos a la tarea de vestir el Palacio. Nunca las sedas habían fulgido como entonces. El Príncipe no cabía en si del júbilo que le producía el recientemente tapizado trono. Ro-ko además poseía una magia.

 Aquella persona que fuese retratada por él, no cesaba de sonreír y hasta reír a carcajadas ,porque Ro-ko suplía su ignorancia del idioma de aquél perdido reino de China, con mímica, piruetas, pequeños saltos de ballet , o simples juegos con los preciosos abanicos de las damas. Era el clima de juego y compostura, lo que fascinaba a aquellas mujeres con ojos de gacelas asustadas. Por alguna rara coincidencia, las damas de Palacio se embarazaron al mismo tiempo.

 Según el Mayordomo del Palacio, Ro-ko y los sastrecillos ,agotados sus recursos de cómicos del camino, como era de esperarse , embolsaron sus magias y se alejaron para nunca mas volver. En aquellos días el Príncipe sostenía unas batallas contra unas tribus mogoles , que amenazaban una de sus fronteras.

 Para cuando regresó al Palacio los niños estaban a punto de nacer y en los pasillos, los sirvientes murmuraban acerca de los otrora bellos y breves talles de las damas, lucidos mediante los vestidos a la usanza europea.

 Han pasado varios años. Las damas han logrado que la esposa del Príncipe construyese un Pabellón dedicado a mostrar las obras de Ro-ko. Cada una se siente mas íntegra contemplando su propia figura como un testimonio de un bello arrobamiento a la luz de las doradas luces de un estancia del Palacio, lograda por medio de cientos de candelas ardientes y opacidades filtradas por los alabastros de las ventanas .

 Las damas gustan perderse y encontrarse entre sus paredes rodeadas las unas de las otras. Con esos silencios casi gatunos, donde ninguna cede a la tentación de hablar. Descubren detalles de joyas que ninguna poseyó. O bordados que los verdaderos vestidos jamas tuvieron. Tan solo una vez la esposa del Príncipe se atrevió a decir: “Ahora que somos todas hermanas …” Y las damas echaron mano a sus abanicos para ocultar sus rubores. Ya los hijos que nacieron entonces, son hombres jóvenes , guerreros natos. Estrategas en ciernes . Comparten una costumbre entre ellos: se rasuran la cabeza cada día. Igual que hacían sus madres, desde que nacieron. En el principado no son bien mirados aquellos que tienen cabellos claros, semejantes al oro.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Un cuento para sonreír
(ana)
Anónimo ha dicho que…
Hola, Beatriz...
En homenaje a ti, a tu humor, a tu ingenio, y a tu "magia blanca":

Qué Portentoso pincel
el de este engatusador
que con gusto y con amor
pintara a todo un harén;
y no solo lo hizo bien
sino que lo hizo mejor,
al lograr de su obra ¡amén!
y unánime ¡Sí, señor!

Gracias por la risa
que corre a toda prisa,
se sube a una cornisa,
se quita la camisa,
y toma allí la brisa.

Un cuento para soñar, Beatriz, y para, por ejemplo, hacer brotar unos versillos, cuando menos, al hilo polícromo de tan fecundo pincel... JAJAJAJAJAJA.

Gracias, gracias siempre, Beatriz, por enviar sonrisas, risas, y carcajadas, al mundo virtual que deja de serlo cuando al otro lado de la pantalla los rostros responden con la consabida mímica festiva.
Anónimo ha dicho que…
Gracias Beatriz.

Un beso y un abrazo,
Reyes

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