EL CANTOR
Sé
que era por los años veinte. Acaso haya sido en el 22 .Persiste
el instante cuando aquél hombre dejó ver su figura por aquella
puerta siempre abierta, que entonces aún olía a la identidad de
la madera . Ese momento de atravesar el umbral, se aparece con
esmerada frecuencia, como si la casa, el salón mismo, el jardín,
hubieran surgido por la necesidad imperiosa de prestar un digno
marco donde contener las horas mínimas de un hombre.
El
nuestro era el típico almacén de ramos generales, que atendíamos
los Marcón y los Cabezas.El hombre bien podía ser uno nacido en
nuestro barrio , que entonces ocupaba las orillas del pueblo grande
que no paraba de crecer y volver pequeña la rosa de los vientos. Lo
único diferente a quienes ya estaban cada uno en su silla junto a
las mesas o apostados en el largo mostrador, era un maletín
negro, con restos de sellos raros pegados de mal modo.
Quizá
pidiera una copa de buen vino y se quedó acodado en el bufet
observando la concurrencia. Bebía el hombre con una gran parsimonia.
Me
encaró de un modo muy personal.
“Patrón,
soy cantor y compositor, y estoy algo necesitado de trabajo.
Solicito su permiso para cantar algo a sus parroquianos. Seguro van
a prestar atención. Canto canzonettas napoletanas y algunos
tangos-canción... “
“Adelante!”
, fue mi respuesta y le hice ademán para que se sintiera dueño de
su propia actuación.
Abrió
el maletín y extrajo una mandolina. Así como le cuento: una
mandolina. La afinó , pulsó alguna cuerda y sin pérdida de
tiempo se dirigió a sus recién elegidos oyentes:
“Distinguidos
vecinos: me van a permitir que esta noche cante para ustedes
algunas canzonettas napoletanas y si gustan, algunos tangos canción
de mi repertorio. “
Casi
respondiendo a una orden, los parroquianos olvidaron los naipes, las
conversaciones de cualquier índole y solo tuvieron ojos y oídos
para el cantor.
Aquella
noche le ví casi lagrimear a unos italianos fornidos, capaces de
cargar sobre sus hombros bolsas de cien kilos.
Para
cuando el cantor impuso los compases del tango, ya los tenía a
todos en un puño. Cantó y cantó, hasta que él mismo se impuso
el silencio.
Nunca
volvimos a tener en nuestro almacén de ramos generales un
cantor de su talla.
Apenas
volvió a guardar la mandolina, les dijo a los presentes:
“Muchachos,
aquí llevo junto a mi corazón unas fotos mías, para el recuerdo.
Siempre las obsequio a mi querido público,pero esta noche, por
circunstancias del destino, habré de rubricarlas por la modesta
suma de 50 centavos! “
P.S.: Este relato lo oí de labios del señor padre de mi primera Maestra: María Angélica Cabezas.La que me enseñó los rudimentos de las primeras letras.Foto: Algo así era la esquina de Matheu 3800 y permaneció igual muchos años.
Comentarios
El son de las buenas historias, bien contadas (en este caso acompañada por un lejano sonido del bandoneón).
No sé si así, exactamente, lo oíste referir a tu maestra, o si, con el tiempo, tu imaginación lo fue aquilatando, pero lo cierto es que te quedó un breve relato de lo más lindo. Como uno de esos bouquets que el alma sensible y elegante confecciona en un paseo por un campo cultivado no más que de naturalidad.
Bella manera de presentar los orígenes del genio, tal cual lo hubiera podido hacer cualquiera de los insignes de allende los mares: talento creador que se dilata lo justo y preciso para presentar el contraluz de una escena del cono sur de una América fértil en historias fantásticas donde la cotidianeidad se cuenta como si fuera prodigio (o como si el prodigio fuera cotidiano).
Gracias, Beatriz, por el destello.
Un abrazo a todos.
Un saludo