INTERVENIR





En algunas ocasiones nos ha sucedido que hallamos tirada al borde de una calle una joven planta, que alguien arrancó del sitio donde ella estaba ubicada. La hemos tomado, la llevamos a nuestro predio y luego de cierto tiempo, no solo ella había crecido ,sino que había producido sus vástagos, los que hemos obsequiado para que ellos realicen “su vida” .


Mas, no siempre nuestra intervención es positiva, a pesar del amor y los cuidados que le podemos dedicar a una verde criatura. Recordamos el caso de la hoya carnosa, también conocida como Flor de porcelana, de origen chino, que pertenece a la familia de las Apocináceas. Además de la belleza de la flor, exhala un perfume profundo. Años convivimos con ella en una zona de nuestro hogar, hasta que - dada su condición de trepadora - resolvimos ubicarla en una pared lateral del jardín.


Se adaptó perfectamente. Hasta que, acaso víctima de un invierno de muy bajas temperaturas , comenzó a decaer y pese a todos los cuidados, solo nos quedó con vida UNA HOJA.


Pues esa hoja la volvimos a ubicar donde estuvo la planta madre. Y fue inútil.

Es verdad que el vivero que nos asesora lo primero que hizo fue preguntar cuántos años hacía que la teníamos. Sacamos la cuenta: Más de un cuarto de siglo !! El hombre del Vivero se sonrió más que complacido y luego dijo: “Es que Ud. Pretende que su hoya carnosa sea Eterna!!”

Este pasado año, una persona de la familia nos trajo cierta plantita para que se la cuidemos. En su casa la plantita no prosperaba. Pasados unos días, la Pepi - como la llamamos – mejoró su aspecto. Se puso bellamente verde. Y tanta era nuestra alegría por el cambio de la Pepi, que intentamos ubicarle a cierta altura mediante esas perchitas plásticas que se usan para suspender las macetas. La Pepi cayó al suelo. La maceta se rompió, la Pepi perdió sus débiles raicillas. ¿Qué hacer ?


Indagamos por la Red en busca de ayuda y le aplicamos lo adecuado a su precario estado. Hete aquí que una noche olvidamos entrarle y llovió bastante. La Pepi se absorbió mucho mas líquido de lo que podía soportar y de la noche a la mañana se convirtió en la caricatura de si misma. Luego se oscureció. Y, aunque el señor del Vivero nos aseguró que la Pepi es de una especie muy aguerrida, y se va a recuperar... Nos han entrado las dudas.


Y además de las dudas, percibimos que lo de la Pepi es una lección que la Vida nos está dando.


Por más que nos dediquemos con todo Amor a preservar una vida – sea de un vegetal o un animal - que ello suceda siempre quedará en el más profundo Arcano.

Y otro tanto ocurre con nosotros, los Humanos. No intentemos cambiar aquello que nos parece negativo o incluso tóxico en algunos Seres. Los Seres por lo general no cambiamos. De ahí que, nos debemos aceptar tal como somos o seguir de largo.


Foto: Hoya  Carnosa / 6IrwBBMuJ6L

Comentarios

Albada Dos ha dicho que…
Una planta fuerte y longeva, porque veinte años me parecen muchos para una planta casera, pero es que soy pésima cuidadora de plantas, o sé adivinar dónde colocarla.

Muy buen ala reflexión final. Un abrazo
Beatriz Basenji ha dicho que…
Gracias ALBADA DOS!! El relato es tan solo el sostén de esa desazón que nos alcanza cuando creemos haber hecho lo posible e imposible por salvar vida, pero por más que luches, comprendemos que hay una Ley que los hace partir. Este pasado año dos de mis gatas se fueron al otro Mundo. Y hay que aceptarlo.Otro abrazo para ti, ALBADA DOS!!
Beatriz.
Anónimo ha dicho que…
Hola, Beatriz. Hola a todos.

Pues sí, eso de la intervención... por enmendar la plana a la naturaleza, o al destino, o al azar, o, incluso, a la lógica de las cosas... suele traer, cuando menos, unos resultados inesperados. Las más de las veces, la intervención solo busca acallar nuestra conciencia, o, mejor, obedecerla, si nuestras intenciones son buenas. Porque solemos creer que la naturaleza, en su impulso de pujar y crecer y diversificarse, no más busca el buen fin de la vida... cuando, no siempre esto es así.

Lo cierto es que la naturaleza, en su deseo de prosperar, busca muchas veces la aniquilación de unos seres para dar paso a otros (sean de la misma especie, sean sus depredadores o sus beneficiarios), o a otras circunstancias que partiendo de esa aniquilación se abren a la posibilidad.

Esta moraleja que aquí nos propones, Beatriz, ejemplifica muy bien el anterior aserto. Como lo ejemplifica el suceso (ficticio) acaecido en la magnífica película de David Lean, Lawrence de Arabia, cuando, al principio de su aventura arábica, Lawrence salva la vida (arriesgando la suya) a uno de los guerreros que con él cruzan el terrible desierto de An-Nafud.
Recuerdo la escena: mientras la comitiva avanza en la noche, dormitando sobre sus camellos con paso cansino, cruzando una de las muchas tormentas de arena que en tal inhóspito desierto se producen, el guerrero se cae del camello de modo desapercibido; solo cuando ya salen del desierto, pasada la tormenta de arena, y ya entrando la mañana, se dan cuenta que uno de los camellos va sin su montura; Lawrence decide volver a por él, y lo hace contra la opinión de los beduinos, que le indican que está escrito que el desdichado habría de morir en el desierto, pues el sol ya empieza a subir y pronto el implacable calor acabará con él. Lawrence les replica que nada está escrito, y parte en busca del guerrero, mientras le llaman impío, por pretender luchar contra los designios de Alá.

Lawrence, al cabo de las horas, regresa con el pobre hombre casi desfallecido agarrado a su cintura, a lomos del resistente camello. Los beduinos lo reciben con vítores como a un semidiós, y le dicen: "Para algunos hombres no hay nada escrito si ellos no lo escriben".

Pero lo curioso es que al día siguiente, a ese mismo hombre al que ha salvado la vida (poniendo en grave riesgo la suya), ha de ejecutarlo con sus propias manos para evitar una guerra entre distintas tribus del ejército beduino que pretende levantar para tomar Áqaba.

Al final, estaba escrito que aquel guerrero habría de morir.

No se puede ir contra el destino, aunque la soberbia y el desmedido orgullo (o la buena voluntad) del ser humano crean que es posible. La Historia, la Mitología y la literatura están llenas de casos similares, en los que el ser humano pretende enmendar la plana al destino (o la naturaleza de las cosas)... pero nunca lo conseguirá (o, peor, su "buena acción" se vuelve contra él mismo: el guerrero podía haber muerto de una muerte "natural", abrasado por el sol; pero el destino se vengó, cobrándose un cruel tributo: debió morir ejecutado por su "soberbio" salvador).

Tragedias aparte, el ser humano tiende a preservarse, primero, y a preservar lo que le es útil (la tranquilidad de su conciencia, incluido), después.
Una planta, un perrito o gatito abandonados, parecen interpelarnos cuando se cruzan en nuestro camino; tendemos a creer que el destino nos los ha puesto ahí delante para que nosotros los salvemos. Pero nunca sabremos si ello será para bien o no. El caso es que cedemos al impulso de nuestra conciencia, y, quizás, eso es lo único que importa; aunque el destino nos lo reclame más adelante, o nos pase una costosa factura por ello.

En el ser humano palpita el íntimo sentimiento de creerse una especie de creador/salvador.

Gracias, Beatriz, por proponer desde la cotidianidad.

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