LA GIOCONDA


 

                                                                                                                dedicado   a  mi hija.

Finalmente  he  llegado – exclamó  la  bella Lisa  Gherardini, mujer del  insigne Giocondo.

Las  otras  Almas  la  miraron. Era  de bastante  volumen a  causa de los  siglos.

Quería  explicar  lo mucho  que había  buscado y  rebuscado  a quien fuera su  marido.  El hombre  que había  pagado  con monedas de oro  al  ínclito  Leonardo  su retrato. Y cuánto se  había arrepentido, porque el  pintor  tardó  años  en  concluir la  obra. O  más  bien darla  por  terminada. Y  ello  fue, pensaba  Lisa , a causa  de  quedar  embarazada  y  retomar ella  las  agujas  de  fino  tejer el  ajuar  para  su  próximo hijo.

Leonardo  era  hombre  magnífico.  Tenía  contratados  algunos trovadores, que,  mientras  ella  posaba , la  envolvían  con  suave  música . Los  acordes  nunca cesaban. 

Ella   contemplaba  aquellos rostros  también  arrobados  por  la  misma  música. Lisa  se  sentía  rodeada  de  seres  celestiales, que  se  posaban  en  la  penumbra  del  taller del  Maestro. Las  cuerdas   que  pulsaban   se  introducían  en  el  interior  de su  tórax,  envolviendo  su  corazón  de  acordes  sublimes  que  nacían  solo  para  sus  oídos  y los  del  pintor.

Ella misma  se  sentía  una  Afrodita,  una  ninfa  de  los  amaneceres  junto al  Arno.

 Ni  Giocondo  la  podía  reconocer  desvanecida  en  las  suaves  neblinas  rosadas  del  alba. Y cuando  terminaba la sesión y  tornaba a  su  casa, era  retomar  a la  Lisa Gherardini  de  cada  día. Fiel  a    misma.  Ajena  al  retrato   que  de ella  Leonardo  pretendía.

En  verdad, lo de  posar  era  una  bienvenida  a  los  espacios  celestiales. Era  correr  por  los  campos  reverdecidos de la  Primavera,  junto  a  las  ovejitas que  su  padre  le  confiaba, cuando era  una  niña. Las  ovinas  que le  enseñaron  la  verdadera  Paz, mientras  posaba  sus  manitas  por  los  enrulados  pelajes.

Un  Alma  pequeñita  la  abrazó. “Soy  tu  Nonna!”- le dijo  y  continuó: “Pensaba que  ya  nadie  de  la familia  vendría a  visitarme. De ser  la  piccola  Lisa  te  has  devenido inmensa,  gigantesca  más  bien, por  culpa  de  ese  Da Vinci  que  hasta  este  Cielo   le  resulta  diminuto!”

Ilustración: Historia del Arte: temas, imágenes y comentarios .

 

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Inspirado y justísimo retrato imaginario (o no) de la trama de la gestación de una gran obra maestra de la pintura, quizás la más célebre de todas, sita en el museo del Louvre de París.
Como siempre, amiga mía, enmiendas al tiempo para evocar hechos pasados como si se estuvieran desarrollando en el presente (y nosotros contemplando la escena).
Acertadísima esa sugerencia musical (base de la dedicatoria), como indicando que quizás esa sonrisa pudiera no ser ajena a la magia siempre misteriosa de la música —y de ahí, pudiera ser, la dificultad para desentrañarla. El transporte del alma ante el genio de los genios, mientras el arte más genial y enigmático de todos sugiere a la boca su sonrisa.

Emotivo homenaje, y, repito, acertada, por feliz, recreación.

Gracias, Beatriz, por tu aliento.
Albada Dos ha dicho que…
Me parece un texto encantador, y que tiene su parte didáctica. Es increíble cómo se siente uno ante ella, y ante la de Madrid, ambas muy parecidas y hechas a la vez.

Un abrazo
Ángel ha dicho que…
Hola Beatriz, te ha quedado un relato hermoso y entrañable.
Un abrazo.

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