El Error

Ni los complejos dispositivos ópticos que guarnecían sus ojos le libraban de los rayos solares.
Habían minimizado la velocidad y los extremos movibles de la nave mantenían firmemente adheridas diversas poluciones de su raid sideral.
Sin más ni más ,en cuestión de segundos estarían descendiendo. Adus tenía esa indefinible ansiedad de largarse a trotar por los nuevos bosques, que, bien mirados se habían creado hacía tan sólo cien mil años.
Uno a uno de los miembros de la expedición estaban radiantes .Parecían chiquillos en el último día del Jardín.
Los botánicos se habían dado el gusto de volcar sus semillas por doquier .No habían aplicado precisamente los métodos ortodoxos que habían aprendido.Confiaban que la Naturaleza dispusiera sus propios azares, porque , ¿podía alguien mínimamente preveer los caprichos de las criaturas vegetales?
En contraposición, los promotores de las escuelas de veterinaria - expedición tras expedición - se habían esmerado trasladando faunas diversas, todas clasificadas y descriptas con minuciosidad . Es más. Se habían creado registros que abarcaban hasta los números de serie de cada ejemplar. Todos ellos urgidos por la idea de fomentar los ecosistemas segun el modelo ideal que el mismo Adus pretendía para los escasos mundos habitables.
Cada miembro del grupo de veterinarios estaba obligado a conservar indefinidamente las fotos de cada ejemplar que llegaba bajo su custodia. Por alguna razón desconocida, ciertos caracteres animales coincidían con sus cuidadores. De ahí que el sentido del humor de las tripulaciones se disparaba por doquier en todas las travesías.
Era imposible no detectar los mimetismos .
Aunque cada arribo estaba colmado de expectativas, esa vez, ni Adus ni sus compañeros estaban preparados para hallar lo que encontraron.
No era nuevo. Se integraba al miedo ancestral que aquella maldita especie inspiraba.
Cumplido el descenso , empezaron a recorrer. A cada paso, Adus se repetía “Nada nuevo, nada nuevo”.
Al siguiente descenso, todos los miembros de la expedición se largaron a sus inspecciones. Y al final de la jornada regresaron con la sospecha.
Estaba el hedor. Inconfundible . Se esparcía por leguas interminables. Era una mezcla de lodos, sangre, flores, heces, largamente estacionados. Era ese tufo siniestro, igual al encontrado en Ominur, en Korionlad. Hedor de homínido.De bestia inteligente.
Una vez más - alguien que ninguno nombraba - les había gastado la broma.
Aunque pasaron dias interminables hasta que llegaron a ver a uno de “ellos”, Adus no tenía dudas. Allí estaban.
Quizá algo más altos, más delgados, más o menos rojizos, menos lentos que en Korionlad. Nerviosos, inestables, holgazanes, chillones. Definitivamente errantes, incontenidos. Quizás, ni en un millón de años superarían el afán de discordia permanente.
Cada movimiento de las manos o los pies, estaba regido por una guerra íntima, nunca resuelta por el individuo, y lo que era peor aún, ni en otros dos millones de años llegarían a comprender simplemente eso: que eran individuos.
Y a pesar de todo, ¿ no eran idénticos a Adus y a sus compañeros de viaje?
Se tragó el desaliento. Se obligó a sí mismo a no pensar. Volvió sobre sus pasos.
De un salto trepó a la nave ;calzó sobre el tabique nasal los protectores ópticos y se hundió otra vez en el mullido asiento de cara al infinito.
Toda su gente regresó tan pronto la voz de Adus les dictó el mensaje. Subieron a bordo sin siquiera cruzar una mirada expresiva,una palabra de esperanza.
Lo primero que hizo fue oprimir con intensidad el botón ERROR.
Lo último , dar un lentísmo giro en torno a la Tierra y olvidarla.

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