DELFINES

La pequeña embarcación zarpó con solo un pasajero. Eran los primeros dias de mayo, cuando se aproximaban a la temporada del Sol perpetuo - los dias de 24 horas - y aunque el clima estaba favoreciendo el despertar de la región, pocos turistas habian llegado. El patrón era un hombre sencillo y amable que le hizo vestir el equipo reglamentario para todos los pasajeros . Por los auriculares el huésped iba recibiendo información del lugar en su propio idioma. La embarcación se desplazaba con lentitud , tal como lo establecían los objetivos de la excursión: el avistaje de ballenas. El hombre empleó casi todo su tiempo disparando con dos diferentes cámaras digitales. Una costumbre adquirida de las tantas frustraciones de perder rollos y cámaras para quedarse sin el mas mínimo recuerdo de viaje. A esas horas un viento perezoso apenas le ajustaba el rompevientos contra su cuerpo y los ojos se le cansaban del apoderamiento del paisaje , adormecido a los pies de una serie de serranías nevadas.Casas encantadoras que pueblan los cuentos infantiles y prolijas granjas se ponían en movimiento, y lo abastecían a él – viajero empedernido - a los encantamientos de su infancia.

 A mitad de camino se vieron un par de gigantescas caudas de ballena y el patrón detuvo los rugidos de los motores. Quizás echó ancla allí mismo, pero el viajero no se percató. Estuvieron más de quince minutos detenidos, lo suficiente para que filmara el lento desplazamiento de los cetáceos. La mitad del viaje estaba cumplido. El patrón lo invitó a su cabina y el viajero tuvo la intuición de estar inmerso en una historia maravillosa que se debía contar. Se frotó las manos y al instante los verdes subidos, los verdes opacos y leves de los fiordos más los blancos deslumbradores del territorio nevado se fundieron con felicidad ante sus ojos. Una pequeña bandada de frailecillos cruzó sobre la embarcación y algunos se posaron mimosamente en la orilla. -Y bien – le dijo – aquí tiene el punto neurálgico de la famosa Akureyri. De la gruta sigue manando el agua. El parque natural sigue avanzando lentamente como engullendo las viejas piedras de la eternidad.

 Allá en lo alto encontrará unos pocos excrementos de pájaros migratorios y en las laderas hacia el este - podrá ver algo raleadas - florecitas que las aves permiten nacer arrojando sus bostitas. Ni siquiera nos traen el Edelweiss. El pasado año vinieron unos espeleólogos para estudiar los restos de la gruta. Se fueron hablando de unos crustáceos fosilizados y del esqueleto de un delfín que quizás date de la época en que los griegos se fueron a la guerra de Troya. Fue cuando mencionó al delfin que el viajero sintió un pequeño escalofrío en el cuerpo. -Por favor, hábleme del delfín. - Como bien debe Ud. saberlo ellos son visibles en los confines.

 El confin de qué se preguntará. El confin. Puede ser el de los mares, el de los tiempos, el de los hombres. En las islas del Egeo los pastores se comunican de una isla a otra por medio de ellos. Además, siempre estan justo en el sitio donde un pescador habrá de caer al agua, para rescatarlo. A Jonás no lo rescató una ballena. Lo rescató un delfín. -Y cómo puede estar tan seguro? -Ah!, porque mi madre tenía unas toallas de antigüa manufactura que mostraban a Jonás salvado de las aguas por un delfín. Recién entonces lo vió tal cual era . Tenía una edad indefinida. Su cabello cano estaba prolijamente recortado bajo la gorra de marino y tenía los ojos tiernos y relampagueantes que le recordaban a los perros samoyedos. -Nuestra vida, señor, está muy relacionada con los delfines. Los faraones del antigüo Egipto llegaron a criarlos cual si fueran equinos, para viajar con sus carrozas de agua por el Nilo y también por el Mediterráneo. Se dice que un faraón que tuvo palacio a orillas del Mareotis traspuso las columnas de Hércules y llego hasta la Atlántida en una embarcación guiada por una cuadrilla de delfines. Los viejos mas viejos de Akureyri – longevos que superan la marca de los 90 - donde Ud. me abordó , insisten en narrar la historia de la joven que hace incontables siglos fué traída por un delfín hasta nuestras playas para dar a luz a su hijo.

También se dice que el primer hombre que llegó a estas tierras fue un tal Ulises, náufrago. Mi propio bisabuelo se hizo rico de la noche a la mañana salvando un delfín. Fué de este modo: mi bisabuelo era de esos médicos de estas geografías que unas veces curan a los humanos, y otras a los animales, cuando un atardecer pasando por el lugar, oyó cercano a un recoveco de la costa unos ronquidos lastimeros. Al acercarse al sitio comprobó que era un delfin. Lo vio ya en el confín del agua. Primero le habló al animal y con cuidado exploró su cuerpo y se dio cuenta que estaba siendo víctima de un objeto extraño. Con ayuda de su mujer logró hacerlo vomitar y - Oh, Gracia de los dioses – lanzó allí mismo una especie de morral lleno de monedas de oro!! En aquel punto la línea del agua desaparecía tragada por el fiordo. Como si hubiera adivinado el hilo de sus pensamientos el patrón se acodó sobre el timón de la pequeña nave y quedaron ambos oyendo los sonidos que cruzaban segundo tras segundo el informe sustancial de los marinos tránsitos. Llegaban sonidos como los que arranca un martillo al golpear sobre el yunque del herrero y enseguida unos ecos como de borbotones solapados . Luego el canto de las ballenas, mitad clamor mitad potente celo aullado y quebradizo. El amor que se proclama en la superficie y luego la huída hacia las profundidades. La frustración que le acometiera en los primeros momentos de su llegada al muelle de Akureyri había desaparecido.

 Es más, una dulce lasitud le recorría el cuerpo. Para disolver aquel silencio que se había instalado en la cabina de mando se le ocurrió preguntar: - Por qué llegan tantos viajeros a esta zona, en verano? ¿Quien lo sabe? Quizás por la misma razón que lo trajo a Ud. Ese tema que se instala en vuestras mentes. ¿ El placer de los ángeles? ¿El hartazgo de la seducción humana? ¿La Belleza a ultranza? ¿Los litigios del cotidiano vivir? Saque Ud. sus propias conclusiones: alguien tuvo la ocurrencia de publicar en algunas revistas de moda un fragmento de un poema atribuído a Byron, que dice así: “Jugando un niño en una cueva ignota de la Islandia halló sin más una pulida piedra con un angel y un monstruo submarino bellos ambos de una belleza asaz cautivadora que palabra no hay ... “ Otra vez el patrón dió impulso a los motores y el viajero se sumergió desde ese instante en cada una de las interrogaciones y el fragmento. En sus auriculares una voz continuaba describiendo el paisaje, contando breves capítulos de la historia de Islandia, pero él permanecía absorto, impactado por aquellas indagaciones. Cuando finalmente arribaron al muelle del que habían partido, al despedirse de su anfitrión le marcó con total veracidad: -Nunca leí el poema de Byron. -Exacto. Son toda una legión cuya repetida consigna los delata. “Nunca leí el poema de Byron”.

Comentarios

NEKA ha dicho que…
Que preciosidad de relato.
Perdona que te tengo abandonada y para leerte necesito estar tranquila y sin prisas.
Un abrazo grande

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