RUBIA TONTA




Era una de esas tardes bochornosas del verano. Húmedas , que te convierten en un animal remojado en sus propios líquidos. Mi amigo era un promotor de figuras artísticas y por su oficina desfilaban a diario toda clase de gentes, desde las mas encumbradas hasta las mas míseras. El siempre con sus posaderas contenidas en un sillón tan regio y alto, que por ello mismo le apodaban “ el Rey de la Farándula” .

La secretaria , por el comunicador interno, le informaba que había llegado la “señorita DIC “ . ¿Cuál era la estrategia ?
-Equis. - respondió él y de inmediato la puerta de la sala se abrió y la vimos aparecer.

Ella entró con sus tacones repiqueteando sobre el mármol. Elegante y sobria. Mirando altanera y radiografiando personas y objetos. Aquellas dosis de altanería y soberbia , exactas para fascinar a mi amigo.

Ella le venía a ofrecer un cantante de tangos.
El Rey de la Farándula con parsimonia encendió un puro e hizo ademán de invitarme. La hizo tomar asiento en la peor de las sillas del mobiliario . Ella no se inmutó. Aprovechó la oportunidad para dejar al descubierto un bellísimo par de piernas entronizadas en sus zapatos con plataforma y sus tacazos espeluznantes.

Opté por ponerme de pié y dejarlos solos.

Con el correr de los dias, de los meses, la señora DIC se había transformado para el Rey de la Farándula en un ícono.
La reverenciaba igual que un niño a su juguete preferido. DIC, se mantenía en sus aires altaneros y soberbios a pesar que mi amigo iba cediendo punto por punto, todo cuanto ella demandaba para el cantante de tangos.

El hombre cantaba bien. Tenía buena figura. Gustaba al público. Hubiera logrado un nombre fuerte en el ambiente artístico, pero el hombre, una vez abandonado el escenario, regresado el traje negro a la percha, se transformaba en uno de tantos jugadores de billar que pueden verse por esos lugares. Se perdía en las neblinas de los cigarrillos. En los escozores de los hombres que calculan con la mirada las geometrías de las bolas sobre el verde paño de la mesa.

El Rey de la Farándula siempre esperando que sus concesiones rindieran sus frutos en el entorno de la señora DIC. Ella tan pronto representaba a uno de los grandes pintores de la plástica nacional, que correteaba pianistas, locutores o cantantes. Tenía ese finísimo olfato para descubrir talentos y además talentos cuyos caché subían y no dejaban de subir . Ella vivía de aquél tácito 20 % de cada contrato celebrado entre sus representados y el empresario teatral.
De cuando en cuando , ella le proporcionaba al Rey de la Farándula una alegría. Le regalaba un par de billetes para la Opera, o para asistir a una velada del Ballet Bolshoi . Luego descubría que ella estaba a una distancia de dos butacas, acompañada por un jovencito que poseía los mismos ojos azules de ella y sus mismos rasgos faciales. Era sin duda, su hijo.

En cierta ocasión me mostró un album de fotos, donde la señora DIC aparecía entre bambalinas, detrás del telón acompañando a sus representados. No se la veía ni soberbia ni altanera . Sonreía como los ángeles y como ellos tenía algo de guardián, de protector, de velador de los seres talentosos.

Me tuve que aguantar las referencias a los encuentros casuales en que ella había aparecido, saliendo del subte, ingresando a una cafetería, llevando al hijo a la sastrería, degustando unos helados en un banco de plaza. Para el Rey de la Farándula esos encuentros equivalían al hallazgo del Unicornio, o el pasaje de la Luna por las finas torrecillas del Taj Mahal.

Un día lo invitó a su casa. Ella vivía en una de aquellas localidades cercanas a la Capital, lo suficientemente lejanas para creerse en medio de la pampa, y tan cercanas para el ferrocarril que llevaba en apenas treinta minutos a la infernal Buenos Aires. Le había invitado a comer un asado, siempre y cuando el se hiciera cargo de asar la hermosa sección del costillar que había comprado quien sabe donde.

Allá se fué mi amigo llevando hasta el chimichurri, para ir dando sabor al emprendimiento culinario. El asado salió digno de los emperadores romanos. El buen vino se había impuesto vaso tras vaso, y al final ya pasada la medianoche, el Rey de la Farándula percibía sus brazos y piernas como adoquines adosados a su tronco. Y con el resto de coraje que le iba quedando, le pidió a ella - a la DIC - si podía darle un lugar donde echar su propia osamenta.

_ Claro que sí, hombre, por allí tienes en esa habitación una cama !

Los pasos que dió hasta llegar a la cama tuvieron la levedad del Paraíso. El posar sobre nubes plácidas que absorbían todas las penas del Mundo, y te dejaban flotar como un nenúfar sobre las divinas aguas.
Se durmió. Se durmió hasta que unos ruidos sobre el tejado lo sobresaltaron. Eran unas corridas múltiples como de un pequeño ejército en marcha. Recordó que estaba en la casa de la señora DIC . Saltó de la cama y fué a buscarla .
Le demostró su alarma . La mujer lanzó divertida una carcajada.
-Hombre, que ha de ser ? Son las ratas que caminan por el techo a esta hora !!

Se sintió tan ridículo, que no fue capaz de añadir una sola palabra y volvió a la cama.

Poco a poco los párpados le iban cayendo fieles con voluntad de sueño. Se rendía, se iba rindiendo sin pena ni olvido.
De pronto lo sacudió un estruendo que hizo retemblar toda la casa. De nuevo saltó de la cama y buscó una vez mas a la señora DIC.
Ella regresaba del parque , todavía con las botas puestas y sosteniendo muy oronda una pistola en su mano derecha.
-Qué fué eso ? - preguntó mi amigo angustiado. Y la señora DIC, que nunca había sido una rubia tonta, explicó:
-Hombre, apenas un disparo con esta pistola que va cargada con balas dum-dum !

Os lo juro. El Rey de la Farándula solo atinó a huír . -

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
JAJAJAJAJA, es que hay rubias que matan JAJAJAJAJ,muy simpático este relato Beatriz

Un beso,
Reyes
Mauro Navarro Ginés ha dicho que…
Me encantó este relato y me trajo a la mente la letra de una vieja canción sabinera:
" hay mujeres consuelo, mujeres iman, mujeres veneno, mujeres puñal". Ademas lo escribiste con el delicado aura de los angeles. Magistral. Un beso marinero.

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