FRANK





Frank era un muchachito de tan solo 15 años, tímido, que hacia el final de la mañana tomaba clases de dibujo con un Maestro, y al mediodía regresaba a casa en bicicleta.
Alguno de aquellos mediodías lo detuvo una mujer joven, que casualmente vivía en la casa ubicada al frente donde él y su familia residían entonces. Y la mujer de un modo dulce e imperativo le pidió que le llevara en el cesto de su bicicleta su bolsa de la compra.
Frank , a quien nunca nadie había hecho una caricia , se puso rojo de ira y le gritó en su mal español:- Aleje sus manos de mi rostro ! ¿Qué se ha creído?
Lejos de desistir la mujer le susurró:- Vamos nene, llévame la bolsa de la compra, y te ensañaré lo que todo hombre debe saber! Frank le clavó sus ojos grises sin inmutarse y le gritó “puta”, en ruso, mientras se alejaba con la bici.
Aquél episodio se le quedó grabado para siempre.

Cuando dejó el hogar familiar y se fue a batallar la vida, no halló nada mejor que trabajar en un pesquero ruso que absorbía - mediante sus poderosos motores - los cardúmenes de peces . Los aspiraba. No le pagaban mal. Lo realmente desdichado de aquél trabajo era que luego de terminada la cacería de peces, lo abandonaban en cualquier puerto que les saliera al paso.Frank vivía a contramano de las situaciones. Adoraba los peces, pero trabajaba en una auténtica factoría, que no solo se tragaba los cardúmenes, sino que los faenaba y enlataba.

Si bien la mas de las veces deseaba hablar con algunas personas, no había logrado aprenderse casi ningún idioma. Sabía unas pocas palabras de italiano, otras de francés, un poco mas de español y trataba de evitar usar su ruso mas allá de la nave, porque el Mundo veía con malos ojos a los rusos en Occidente a causa - según el lo entendía – de las películas de James Bond. Otra de las incertidumbres que le atacaba era precisar si iba o venía. Si se estaba yendo o estaba llegando.

Algo similar le acontecía con cuestiones de dinero, pero lo resolvió abriendo una modesta cuenta en un banco internacional. Luego frecuentaba como cualquier marinero las tabernas de los puertos y se dejaba llevar por alguna muchacha.
Sabía que algunas de ellas eran ladronas y su arte consistía en llevarlo a su sitio de operaciones, embriagarle y apropiarse de su billetera. Por eso Frank se limitaba a llevar una cantidad mínima consigo y rechazaba cualquier bebida que le quisieran ofrecer.Para cuando lograba engancharse en otra nave, ya su deseo de permanecer en la inmensidad del Océano era la máxima urgencia. Estar en tierra firme le revelaba sus angustiosas limitaciones.
Pasó su juventud y ya estaba en los umbrales de la madurez.
Casi no había logrado tener amigos. Mientras otros dialogaban el dibujaba y volvía a dibujar. Luego cuando la nave tocaba alguna capital importante, bajaba a tierra y vendía sus dibujos.
Poco y nada sabía de su familia.
Volvió al primer puerto por azar o porque el Destino va lanzando ciegamente sus dardos.
Otra vez se vió en aquél espigón de donde una lejana madrugada había zarpado.Allí seguían los lobos marinos instalados desde hacía décadas y donde el olor de los orines de los grandes fócidos era dominante. De cuando en cuando tumbaban alguna pequeña nave costera ,por la porfía de tantos machos que pretendían sestear en una cubierta.
 Enfiló con su bolsa de marino rumbo a las callecitas portuarias e ingresó en uno de aquellos antros, propiedad de la famosa Pepita La pistolera,que entonces era el boliche de culto - el sitio por donde los marineros debían ingresar - como parte de unos rituales dedicados a los ocultos dioses y diosas de los mares . Allí las muchachas primero te invitaban una copa. y luego como parte del ritual te iban dedicando su alta gama de movimientos que simulaban caricias . Entonces él , siempre impávido,frío y ausente, se bebía su ron barato, se fumaba un cigarrillo turco , hasta que uno de sus compañeros - entrenado para esos momentos – se acercaba, ponía un pié sobre la silla vacía y advertía a la chica:
-No te gastes guapa ! ¿ Nos ves como hombres, cierto? La verdad es que dos meses de navegación nos convierten en dioses auténticos!
Se fueron caminando por la empinada calle, riendo. Se metieron en un hotelito de la zona y al subir pidieron al encargado que les enviara una chica para cada uno. Aún estaban en el Hall aguardando que les condujeran a las habitaciones, cuando vieron ingresar al dueño de la nave que los había traído, acompañado por una rubia elegante, de cabellos lacios que le enmarcaban el rostro, severamente resguardado por anteojos oscuros. La mujer debió quedarse impactada por la presencia de los marineros, porque allí mismo se quitó los anteojos y con voz muy baja pronunció su nombre: Frank .
Habló algo en un idioma incomprensible. “Soy tu hermana” , tradujo el compañero.Y como había hecho hacía tantos años con la vecina, Frank volvió a gritar “puta” en ruso.








Comentarios

Anónimo ha dicho que…

Hola, Beatriz. Hola a todos.
Como tantas veces, me vuelves a sorprender, amiga mía, con esta historia de género, uno no sabe muy bien si fantástica o real, o ambas cosas a la vez. El género, en este caso, es el marino, el de Conrad, el de London, el Stevenson —de éstos, menos. Género de undoso surcar las rectas líneas literarias; género nada fácil, y menos cuando exuda ese cierto tufillo a road movie elíptico, en que las vidas se condensan en escasa singladura.
Muy bien resuelto, Beatriz, ese resumir casi aforístico de las tribulaciones íntimas de un alma desubicada, probablemente, desde el mismo día de su nacimiento (o el de su "bautismo" de agua).
El ambiente sórdido de los barrios chinos portuarios de fondo, como en un cuadro expresionista, marcando los perfiles, hipertrofiándolos, desquiciándolos, en apenas unas cuantas frases sabiamente desgranadas con la superposición progresiva de las olas de una marejada.

Pobre Frank, al menos tenía su dibujo para compensar esa misoginia existencial, y para dotar de algo de sentimiento a un corazón, también probablemente, tan desértico como ése, marino, donde al menos se sentía menos vulnerable. Ese sentimiento, sí, es muy marinero, y podría haberlo firmado —descrito— el mismo Józef Theodor Konrad Korzeniowski.

Precioso relato, cuyo melancólico transcurrir nos deja un cierto sabor salobre en la garganta.
Gracias, Beatriz, por sorprender.

Un abrazo a todos.

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