R A M I R O


Era un español nacido en algún punto del Norte de la Península ibérica, sin edad y aficionado a las novelas policiales inglesas de principios del siglo XX, igual que a contar cuentos de aparecidos, de esos que circulan en la sobremesa nocturna de los hogares galaicos, donde los niños abandonan la mesa llenos de terror ante la perspectiva de caminar junto al espejo de algún antiguo mueble para llegar de  puntillas  hasta  su cama.

Ramiro se los conocía todos y en las madrugadas de enero y febrero, se los iba narrando al conserje . Allí desfilaba el Apóstol Santiago sobre su blanco caballo, espada en alto lista para cortar las cabezas de los moros. La mujer que lavaba su larga cabellera en un río de aguas doradas en lo profundo de la noche, el sátiro que huía perseguido por el marido de una bella mujer, o la marcha de la nave incendiada que pasaba a ras de tierra y se llevaba a cuanto trasnochador regresara con premura a su hogar y cuando los primeros rayos de Febo asomaban, caía el secuestrado por la Santa Compaña en cualquier sitio.
Jubilado prematuramente por quién sabe que rara enfermedad, logró convencer a los administradores del Hotel que él bien podía desempeñarse como sereno, auxiliar del conserje del turno noche en la temporada estival.

Todo el bullicio que habitualmente reinaba en aquél lugar, en la época invernal se convertía en una zona inhóspita, que la ferocidad de los vientos impedía el paso de personas y animales. Acaso de tanto en tanto algún murciélago se colgaba en alguna de las cornisas de la fachada y él, aprovechaba para desalojarle antes de la llegada del Sol en el horizonte.

Ramiro cumplía su rutina noche tras noche. Recorría piso por piso, observaba que las ventanas interiores y externas estuviesen cerradas y exactamente a las 3 de la madrugada, oprimía el botón del ascensor y subía al último piso, para prepararse unas tostadas y saborear el rico café con leche que llevaba en su termo.

Cada noche repetía los mismos pasos, y realizaba con puntualidad sus rituales nocturnos.
Una noche - la última de todas - le atacó una suave modorra y lentamente su cuerpo se deslizó hasta el mismo piso del ascensor.
El personal de limpieza le halló plácidamente dormido. Le llamaron por su nombre, luego le palmearon delicadamente los carrillos, y ahí se dieron cuenta que Ramiro había pasado a mejor vida.

Cumplieron todas las diligencias de estos casos, lo entregaron a su familia, y pasaron el resto de su jornada laboral hablando de Ramiro.

Con el transcurso de los días, tanto el personal de limpieza como todos cuantos trabajaban en la temporada veraniega en el Hotel, se fueron enterando de la situación: exactamente a las 3 de la madrugada el ascensor emprendía su ascenso al último piso sin que persona alguna lo manipulase. Veinte minutos mas tarde, tan misteriosamente como había subido, bajaba.

No se podía creer. Pequeños grupos de dos, de tres personas se quedaron haciendo guardia para observar el comportamiento del ascensor a las 3 de la mañana. Y todos observaron lo mismo.

Los que pretendían ser testigos de la actividad se ubicaban juntos en un sillón de tantos que había en el hall principal del Hotel.Ninguno se movía del sitio. Previamente habían revisado – tal como lo hacía Ramiro - cada una de las habitaciones, para cerciorarse que no había nadie en el lugar. Nadie, excepto los 2 o tres que recorrían con sigilo cada uno de los pisos.

A las 3 en punto el ascensor iniciaba la marcha en solitario que culminaba en el séptimo piso. Veinte minutos después, regresaba al punto de partida.

Ilustración: dibujosbonitos.com






Comentarios

Adelina. ha dicho que…
Todavía no se elevó, hay que darle tiempo al que fué ramiro.
Anónimo ha dicho que…
Hola, Beatriz. Hola a todos.

¡Hum Otro de la Otra Esfera. Ramiro el amigo del otro lado", el centinela del trasmundo, el avanzado del progreso hacia el más allá.

Ramiro, como bien dice Angelina, aún no "se elevó". Pero no porque haya que darle tiempo; no por eso —por cuestión de tiempo— va a elevarse al final. Ramiro, el cuenta-cuentos, finalmente se "materializó" en su propio cuento. Es lo que tiene frecuentar ciertas "compañas" (más o menos santas)... uno acaba por mimetizarse con lo vecino.

Sí. Decididamente, Ramiro, en vez de morir se hizo cuento vivo... para disfrute de los vivos. Tan inmortal como los personajes que tantas veces él refiriera a un auditorio absorto en sus relatos. Él, ya por siempre, personaje de su propio relato. No hay mejor regalo para un público entregado.

Gracias, Beatriz, por esta petite délicatesse.
Un abrazo ectoplásmico a todos.

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