ARA SAN JUAN
Para todos aquellos que por razones familiares hemos estado
relacionados con el mar, lo sucedido con el submarino ARA SAN
JUAN nos ha derribado. Hemos tenido desde que se conoció la
noticia la ESPERANZA que todos los tripulantes llegarían sanos
y salvos, y esta esperanza nos persistió hasta el momento que
nos enteramos que realmente había existido una explosión en
el submarino, registrada como una “anomalía hidroacústica” .
Mas allá de las omisiones cometidas por funcionarios y
políticos de turno solo cuantificable por la corrupción que
en esas esferas han reinado, queremos compartir con todos y
especialmente con los familiares de los Submarinistas
involucrados en esta tragedia, que todos llevamos un DESTINO .
El mismo que nos trajo a este Mundo, que nos ha guiado
hacia nuestras auténticas vocaciones, mas allá de toda
especulación.
Hace muy pocas semanas la noticia de los
CINCO argentinos que murieron en Manhattan víctimas del
terrorismo islámico, trajo a nuestras vidas una realidad
lacerante dado que esas cinco personas eran cinco amigos de
toda la vida, que decidieron hacer ese viaje con motivo del 30
aniversario de su graduación, y fueron a Manhattan a celebrarlo,
porque allí tenían a otro de sus pares afincado en esa
emblemática isla. Y ahora esta tragedia que se ha llevado la
vida de estos 44 submarinistas : personas que compartían una
vocación, una peculiar identificación con la vida marinera.
Algo nos hace sospechar que hay una deidad que irrumpe en
esas Vidas, llevándose lo mejor de esos Seres o
pretendiendo eternizarlos para compartir con ELLOS su
inacabable Eternidad.
Comentarios
Las familias estarán rotas. El gobierno, como muchos , seguro que sabe de mantenimientos o de puestas a punto que no fueron adecuados, pero a los muertos les da igual el porqué. El destino, siempre gastando bromas, algunas macabras. Un abrazo
Sin duda habrá responsables, nada es fortuito, pero como bien dices, Beatriz, a los muertos ya les da igual. A los familiares, no. A los familiares saber que no ha sido el mero azar, sino una derivada colateral de la corrupción o los recortes subsecuentes a decisiones erróneas que ponen en riesgo las vidas, no les dará consuelo, pero tampoco les dejará inermes ante la siempre inadmisible mala suerte.
Si hay responsables, el duelo, sin dejar de serlo, al menos se suavizará con la admisión o la culpabilización de esos responsables, cuyo proceder colaboró con el destino.
Lo que más asusta, siempre, es el mal sin culpables, porque socava el fundamento de nuestras creencias (en el caso de creer en lo trascendente). En esto, los existencialistas llevan ventaja: si no hay culpables directos de un mal ocurrido, y se achaca al simple azar, serán "cosas de la vida... y de la muerte", dirán aquéllos. Sus creencias no se verán en absoluto afectadas, no necesitarán creer en el Mal o en el Maligno.
No parece ser el caso. Aquí sí parece haber responsables, otra cosa es que se les pueda poner nombre y apellidos, se les pueda identificar. Ya sabemos en qué paran estas cosas (en España lo sabemos muy bien: aquí nadie es culpable de nada).
Nos agrada pensar que las personas queridas nos son arrebatadas por un Ser omnipotente —y caprichoso— celoso de que las virtudes que atesora sean sólo compartidas por los mortales. Subterfugios, no más que subterfugios para aquietar nuestro alma y calmar nuestra angustia. Se van y punto.
Lo que pasa en estos casos (aunque de forma inconsciente) es que nos sentimos culpables por seguir viviendo, mientras que ellos ya se fueron. Y nos gusta creer que su destino es un lugar mejor que el que dejan atrás, el lugar en el que nosotros debemos seguir.