LA INVITADA
La joven
tenía devoción por escuchar.
Le fascinaba el lenguaje de
las gentes de
otros países. Sonreía y complementaba
su satisfacción con gestos cuidados, que se los había aprendido delante
de los espejos de su Abuela.
Ella estudiaba
Música en una bella ciudad donde
el Arte, de cualquier disciplina fluía
a borbotones mansos y
transparentes. Fue cuando oyó un Concierto de un
joven violinista argentino que
convenció a su familia y se
fue para el Rio de la Plata. Su intuición
era infalible.
En otros
tiempos, cuando Venezuela era la vidriera
más lujosa de Sudamérica, cuando los
discípulos del Maestro José
Antonio Abreu , con Dudamel
dirigiendo Conciertos se paseaba
por el Mundo – se lo comía
como decían en su pueblo –
ella era muy pequeña, pero soñaba con
irse a la Venezuela de entonces.
El concierto del
argentino le había despertado
el Alma y el corazón. Allí estaba
la clave de sus aspiraciones.
Le fue
bien. Con sus pocas
palabras y sus sonrisas, ella fue extendiendo su
simpatía colombiana por donde pasaba. La gente que conocía
eran Músicos. Estudiantes
unos, ya
profesionales otros, pero Músicos.
La capital del
Rio de la Plata era famosa
en el Mundo. Seguía poseyendo
sus edificios centenarios, revestidos de puro granito, elegantes y
plantados en las exactitudes del
final de las veredas.
Fue conociendo el interior de
algunos de ellos y hasta
se atrevió a las cúpulas, que tenían un no sé qué
heredado de Leonardo
da Vinci o el mismo
Filippo Brunelleschi, el autor de
la Catedral de Florencia.
Inesperadamente apareció
otro Violinista. Guapo. Bien plantado. El
hablaba mediante el
arco y las cuerdas. Algunas veces clavaba la mirada en
algo impreciso de la persona
que tenía ante sus ojos. O
ella así lo interpretaba. Lo traducía.
La invitaron
a un asado que el
Violinista en persona iba a
convidar a sus amistades y ella
también fue. Tenía una casa con un gran
espacio para llenarlo de
plantas.
Como
al pasar
el joven le
dijo que en una maceta
tenía germinando las semillas
de un
limonero. Ella simplemente sonrió.
Pasaron meses,
hasta que el Violinista enteró a sus amistades que
el limonero no solo había
desarrollado un buen tamaño. También estaba dando
sus primeras flores. Como
prueba de ello envió una foto.
Eran unas flores
de gran tamaño. Blancas. Que no
tenían parentesco alguno con
algún cítrico. Más, cuando la joven
las vio, tuvo que morderse los
labios para no reír a carcajadas:
eran las hijitas de una antigua
planta que crecía
en el jardín de su Abuela. En su
amada Colombia.
Foto: Ornamentalis plantas,
Comentarios
Un abrazo
Y es en este querer explicar y/o justificar lo inaudito donde surge lo mágico como flor (equívoca) de un día. Surge el cuento y, con él, lo maravilloso. Ya antes presente en los encuentros azarosos, pero, por habituales, desprovistos de la connotación prodigiosa. ¿qué hay de más mágico que darse de narices con el destino a partir de una audición, de una mirada imprecisa, de un encontrarse en el lugar apropiado en el momento oportuno? Pues eso.
Gracias, Beatriz, por seguir ventilando la realidad abriendo las ventanas o lo maravilloso.