EL MONARCA

Bajan los mozos el sillón. Padre lo compró en una casa de remates. Su dueño anterior lo vendió porque se veía mal en cualquier sitio que se lo ubicara. No es posible entregar la propia humanidad a este mueble. Su regio tapizado ejerce una fascinación sobre aquél que lo mira. Por eso Padre lo vió exacto para mí

. -Ha quedado Ud. instalado, Majestad! - anuncia Padre con socarronería. Lo conozco bien. Tan suave, con su voz calmada. Tras la montura dorada de sus anteojos , va adivinando al interlocutor. Gestos, inflexiones de voz . El tamaño de las piezas bucales. Los pelillos de la nariz. No se resigna . Yo tampoco.

 Hay un retrato mío, montado sobre Corcelino, que el artista copió de la foto que me hicieron cuando salimos campeones, aquel año. Calcuta Polo Club. El día había amanecido tenuemente rosado. Los zorzales coloquiaban allá arriba, en lo alto del olmo.El gato persa se hacía el distraído, mientras se afilaba las uñas al pié del árbol. Me vestí, preparé a Corcelino. Padre insistió en llevarnos en la camioneta , al caballo y a mí. Me negué . Simple cábala.

 .Como siempre fuí tomando por el senderito junto a la alambradas . Justo fue cruzando por la casa de las Cockranne , que divisé a la muchacha . Mas que delgada, casi esquelética. Agitó su mano derecha indicando que corriera . Le seguian faltando los incisivos superiores. Por instinto detuve la marcha. Se quedó mirándome como si yo fuese una aparición celestial.

 Y de inmediato apareció en la puerta de la casa la abuela. Aquella que decían mandaba prohibiciones.
 -No me pase por la aguada, mocito ! La miré. Nos miramos.

 -Que mi caballo no le beberá ni una poca de agua ! - le protesté. -No me pase por la aguada o lo lamentará el resto de la vida ! Vieja lechuza. Saludé nieta y abuela levantando el ala del sombrero y continué haciendo oídos sordos . Pasé por la aguada como lo habia hecho siempre. El día resultó glorioso. Salimos campeones.
 Nos sacaron rollos y rollos de fotos. Por la noche fue el baile de gala . Las mujeres mas bellas de las estancias se habían dado cita para agasajarnos. Vivimos unos cuantos días de licencias por los clubes de alterne de la ciudad. Visitamos lugares clandestinos, pubs que resultaron apostaderos de hermosas travestis. Lo tuve que rescatar al Mingo de un sitio plagado de humos, donde se jugaba fuerte al póker y donde casi nos corren a balazos.

 Al principio no me di cuenta. Fue para cuando estábamos a punto de colar otra vez el campeonato. Mingo pasó por nuestra casa , me miró con aire preocupado pero no dijo nada.

 Fue Padre quien me dió el aviso: -Comprenderá, Majestad, que ya su figura no le cuadra para subirse al Corcelino. Por puro reflejo me recorrí los botones de la camisa. Estaban todos. Hice memoria. Pasé una vez por frente de la casa de las Cockranne y no me reconocieron. Pensaron que era un mercachifles de los que van por la zona rural ofreciendo jabones, perfumes, desodorantes, dentífricos.
 -Ya compramos, Don. Vamos surtidos ! Algo iluminó mis entendederas. Chá, digo! La vieja lechuza, la que mandaba prohibiciones. La que me dijo “ no me pase por la aguada ... “ Y yo pasé. Aquí me tiene, con mis ciento sesenta kilogramos, instalado en este sillón digno de un monarca.

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