ARBOL DE NAVIDAD
Una
querida amiga que reside en una hermosa ciudad nos envió
hace unos pocos días la foto de un Arbol de Navidad que el
Alcalde había hecho instalar en un lugar muy emblemático.
Nuestra amiga nos preguntaba nuestra opinión.
El
árbol era totalmente ecológico: un cono relativamente alto, de
tono turquesa, al que habían colgado unos globos blancos y
rojos, que no pasaban de una triste decena.
Le
dije: En tiempos de Austeridad, es loable el criterio
adoptado por quienes decidieron su instalación. Posee un
bonito color y sus ornamentos aunque modestos, allí
están.Tal vez habría ganado relevancia de poseer mayor
altura. Luego bien iluminado en horas nocturnas, tendría
significados especiales para quienes pasaran por ese lugar.
Este
Arbolito de Navidad me hizo recordar un cuento o leyenda, de
un monje que tan solo poseía una piedra - un modesto canto
rodado de los que abundan en los lechos de algunos ríos y lagos
- para hacer un puchero o cocido.Eran los tiempos en que la
gente se trasladaba por los caminos caminando, a lomo de burro
y los que más, montados sobre un caballo.
El
monje había pernoctado en el albergue que cierto leñador
brindaba a los caminantes que por allí pasaban. Pidió al
dueño del albergue una olla grande e introdujo la piedra
y la cubrió con agua en abundancia. La puso sobre el fuego
de que se valía el leñador para su vida diaria, y los
que allí se albergaban observaron con gran curiosidad como
sería posible que con tan solo una piedra pudiera obtenerse
el caldo mas elogiable de este Mundo, según palabras del Monje.
Uno
de los allí presentes recordó que siempre llevaba en su morral
unos ajos. Los arrojó a la olla para hacer compañía a la
piedra. Otro más,que tenía unas patatas, las lavó con
esmero, las cortó en trozos y cayeron dentro de la olla. Una
mujer y su hija contribuyeron con unos granos de maíz y
unas judías verdes . Alguien dejó caer unas cebollas y lo
que quedaba de un ave de corral previamente asada, con la que
se había sustentado durante su viaje.Otro de los huéspedes
arrojó a la olla unas zanahorias de las que comía su
borrico.
Alguien
trajo la sal, y algún otro unas lonchas de bacon que fueron
previamente cortadas con esmero y calculando el número de
comensales. Y el dueño de casa se animó y contribuyó con
unos frijoles que le habían quedado en el fondo de un alacena.
A
la hora del almuerzo, lagrimeaban de la alegría que les
causaba mirar el interior de la olla. Y tal como lo había
anunciado el Monje, comieron todos y saciaron su hambre con
aquél puchero inolvidable.
¿Qué
le faltó al Arbol de Navidad de la otrora bella y
pujante ciudad?
Que
el mismo Alcalde saliera a conversar con los vecinos y les
propusiera llevar tan solo UN adorno, para dar oportunidad
de demostrar que CUANDO HAY BUENA VOLUNTAD , todo es posible.
Foto: diseotreecompany.wordpress.com (realizado con envases para huevos, coloreados)
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