EL CLAN (Sala de Proyecciones III )
Ceferino
tenía etapas en las que dormía o dormitaba profundamente. De
tanto en tanto, algún miembro del clan le sacudía el Alma y
Ceferino emergía perfectamente despierto.
Esta
vez no le había despertado su mujer.
Estaban
ya todos reunidos junto a él, y sin que mediaran palabras
marcharon como acostumbraban: en fila india y guardando un orden
perfecto. Antes de trasponer la Puerta, sin que ellos se
percataran, uno de los Guías les siguió a prudente distancia.
Llegaron
en menos de lo que canta un gallo a la morada que con tanto
esfuerzo había construido. Estaba a medio destruir. No quedaba
nada del techo. Habían desaparecido las viejas chapas y las
mejores maderas que lo sostenían. El resto eran escombros . Añicos
de un lavatorio que fue de pie, y trozos de cañerías oxidadas.
Ceferino,
su mujer, el abuelo, los bisabuelos y los tátaras , todos
abrazando cada cual su Alma, desconcertados ante tanta ruina.
Los
últimos en reunirse junto a los mayores fueron la nuera y los
dos hijos de Ceferino que fluían en otras áreas de la
Realidad que les contenía. Imposible dar crédito a aquellas
paredes sucias, despintadas, malolientes , que en sus buenos
años de felicidad habían contenido tanto Amor, tantas
dulzuras, tantas bellas palabras que fueron semillas para el
paso a la Eternidad.
Quince
años hacía que no veían a quien fuera su nuera. Tenía el
Alma carcomida por tanto alcohol y tanto cigarrillo fumado
uno tras otro. Su hijo lucía mismo. Tal para cual. Así les
habían salido los hijos: hartos del humo de los cigarrillos de sus
padres y de las mutuas borracheras, ellos habían dado el
paso siguiente : consumían un variado stock de substancias
prohibidas.
El
Bisabuelo recordaba cómo habían reñido sus hijas
disputándose la posesión de sus anillos de oro. Eran toda su
fortuna y la del Tátara.¿En casa de cuál usurero habría
desaparecido aquel oro?
Los
tres viejos se reían, porque … a cuántas mozas habían
tentado cuando lucían aquellos fuertes cintos tradicionales de
cuero rebosantes de monedas de plata fina, que destacaban los macizos anillos de oro que lucían en más de un
dedo de las manos ?
Reseros
a campo abierto habían sido. Cientos de cabezas de ganado
llevados leguas y leguas a otros destinos bajo sus atentas
miradas.
Ceferino
caminaba indignado entre aquellas paredes sin puertas ni
ventanas. Buscaba la repisa vieja donde al final de la tarde daba
descanso a los cinceles y martillos que usaba para tallar las
piedras. Aquellas níveas piedras que le fueron minando los
pulmones con su fino polvillo, a pesar que él trabajaba a la
intemperie, a la entrada de la casa. ¿Total para qué? Para que
unos nietos paridos a destiempo ya hartos de entrar y salir de
los calabozos policiales, no tuvieran idea mejor que ceder la
vivienda al Pulga. EL Pulga!
Le
había robado mas de 80 mil de los verdes a su propio padre
antes de cumplir los 18 y el padre lo corrió a rebencazos de la
casa. Con ese antecedente inició el Pulga su carrera de ladrón a
tiempo completo.
Ya
estaba tan dado vuelta que se había robado una bolsa con
cebollas y andaba ofreciendo las cebollas al mismo vecindario. Así
lo pescó la Policía con su botín a cuestas, descalzo y su
tesoro de substancias prohibidas guardadas en las sobaqueras. Se lo
llevaron entre cuatro en un patrullero.
Una
vecina que observó la escena dió aviso a las primas. Las otras
nietas herederas de la casa. Y ellas que algo sabían de leyes y
reglamentos, para la media tarde de aquél día ya tenían a la
empresa de demolición tirando abajo la casa que el abuelo
Ceferino había construido sin deberle un solo peso al mítico
Banco Hipotecario. A fuerza de tallar piedras en la plenitud del
Sol o de los vientos.-
Foto: "El arte de la piedra tallada" Taringa!
Comentarios
Tercera entrega en esta Sala de Proyecciones, donde ante nuestros ojos se desarrollan las vidas que nuestra querida Beatriz imagina, ahí, trasegándose entre las memorias de cuerpos ausentes y almas presentes.
Relatos, no de ultratumba ni de catacumba, sino relatos reflejados de la vida misma. Embellecidos, eso sí, con ese narrar sincopado, elusivo y alusivo, sugeridor de acaeceres entre bastidores y bambalinas, que es el destilado de la imaginación de nuestra amiga.
Ese cantero, Ceferino, evocador de tanta arquitectura mistérica, de tanta geometría arcana de la piedra, testigo, como todos, de la ruina en que toda vida va a dar, como aquellos ríos de Jorge Manrique, que dejan de serlo cuando abrazan el mar (del tiempo, las piedras, disuelta su geometría en la esfera de lo eterno).
No sólo es lo que cuentas, Beatriz; es cómo lo cuentas, que en esta tercera edición, a mi modo de ver, el vuelo de lo narrado se remonta sobre las nubes de lo ya narrado antes.
Esta proyección tiene la virtud de enganchar con el instante mágico, ese que todos hemos vivido alguno vez cuando lo transcurrido antes nuestro ojos, en la oscuridad de la sala de proyección, se incardina en nuestro propio sentir, para hacernos partícipes de la historia. Somos, entonces, testigos protagonistas, observadores de nuestro propio observar. Abducidos por la historia que se nos cuenta, pasamos a formar parte de ella. Es la magia.
Gracias, Beatriz, por transmitir.
Un abrazo a todos.